Découvrez la Radio Jazz vocal

LUCHA
Trilogía de Ecce Cualquiera

Libro Segundo
LOS ESTADOS INTESTINALES
Salvador Alario Bataller
2.009


Valencia
2.012
INTROITO

En esta segunda parte o Libro Segundo de la Trilogía de Ecce Cualquiera, el personaje, después de acumular una gran tensión a lo largo de su vida, decide, al igual que un especial antecesor, solucionar el conflicto de su yo con el mundo, por la vía directa, mediante la violencia. En Los estados intestinales (lucha), la contienda de su veritas contra mundum parece solucionarse por la vía más inadecuada, ya que la violencia no lleva a ninguna parte, a no ser la anulación del individuo o el daño al otro, lo cual es siempre execrable e incalificable, precisamente por hostil y dañino. Este acto genocida evidentemente se encuentra movido por esa parte de uno mismo desencadenada e inicua, la que busca la sangre por la sangre; precisamente es tan nefasta porque es inhumana, como la verdad es luminosa porque también lo es. En este caso no importa que ello sea políticamente correcto porque, en muchas ocvasiones, la corrección política es nido de males, puesto que lo político y sus engendros nunca pueden ser criterio de honestidad, de dignidad, es decir de honorabilidad, esa bonhomía que algunos hombres tienen y que de muchos la estructura misma del ser o la vida expele o repele; no siendo piedra de toque de los altos valores indicados, de más estaría decir que tampoco lo es de la verdad, que es siempre distinta, pero indefectiblemente una.
Al igual que en El sastre de Musil (1923), cuyo personaje intenta que le metan en la cárcel de distintas maneras, una de ellas explotar una bomba en el Parlamento, con distinto propósito nuestro hombre toma la decisión definitiva en el curso de una cena,  el tiempo inherente a la novela, que se desarrolla a lo largo de las dos horas y media que anteceden al día en que Cualquiera dará el paso definitivo. No es la cárcel lo que busca, sino resarcirse mediante un acto de justicia, para sí y para los malogrados del mundo, de una forma que nadie medianamente cuerdo aprobaría. Así, el final se aproxima en la medida que transcurre la cena del penúltimo día de su desgraciada existencia, aunque pueda que no…, si nos dejemos llevar por la existencia de una tercera  parte o Libro Tercero de la Trilogía, editada ya, Cuando cazaba pelos (resolución), en cuanto puede llevar a pensar que Cualquiera sigue in terris, si bien cualquiera bien pudiera representar una metáfora, una figura de referencia, como la imagen crística, que se sustancia el sacrificio por los demás: es el buen hombre o el gran hombre, o simplemente el humano apaleado por sus semejantes, por la vida, por las circunstancias, escriban ahora el destino si quieren. El de Cuando cazaba pelos puede ser este Cualquiera o cualquier otro, porque hay muchos en este mundo traidor, como dijo  Campoamor, y los seguirá habiendo, aunque el sol no brille y se oculte la vereda, bajo una luna muerta (¡el entrañable Gollum!). El título concierne a esos efectos tan marcadamente gastrointestinales que los malos tragos del día a día provocan y que conducen a  experiencias varias según el sujeto, pero que llevan siempre al mismo puerto, a la sima tenebrosa donde habita permanentemente la ira, la frustración, la renuncia y el dolor. Solamente se trata de lo que es, de una fabulación, que siempre lo es sobre la vida y a veces es más que ella, o menos, según el caso. De lo que no tengo la menor duda es de desear a este mundo y sus habitantes la mejor vida, en la concordia y la paz, aunque no nos amemos de veras, pero si podemos convivir, unir nuestras afinidades y domeñar o gestionar pacíficamente nuestras diferencias. La espada es siempre genocida, las palabras amorosas no siempre son amor. Eso, para todos a excepción de mis enemigos, os deseo la mejor vida posible y que el mundo mejore. Con los segundos que, al parecer, son bastantes (muchos desconocidos), siempre más de lo que uno quisiera, me gustaría tener una charla a solas. 

Otro Cualquiera,
13-1-2012


LOS ESTADOS INTESTINALES
RESOLUCIÓN

Libro Segundo de la Trilogía de Ecce Cualquiera
Salvador Alario Bataller
2009



Valencia, 2.012



"LUPUS EST HOMO HOMINI, non homo, quom qualis sit non novis" (1).


Plauto, Asinaria, línea 495.


(1) "El hombre no es un hombre sino un lobo para otro hombre, cuando aún no ha descubierto cómo es".



“Hoy es ayer. Eres los otros cuyo rostro es el polvo. Eres los muertos”.

Jorge Luís Borges




1.    ENTRANTES: RAYOS Y TRUENOS
2.    COMIDA: AMOR NO ES MÁS QUE AMOR
3.    POSTRES: TENGO UNA CAJA DE CARAMELOS PARA VOSOTROS, CABRONES
4.    CAFÉ, COPA Y PURO: DEPOSICIÓN FINAL



1
ENTRANTES:
RAYOS Y TRUENOS




Esta es mi última cena y no tengo ningún brindis que hacer, ni por nada ni por nadie. Cuando termine, mi vida podría tener tres finales, que a todos los mueve el odio y la venganza. Veamos.


1
Ese día, contraviniendo la costumbre de treinta años, me levanto a las ocho de la mañana, hora a la que antes me acostaba. Maldigo a este mundo y a todo lo que contiene, viviente y no viviente. Es el nueve de Octubre, fecha principal de la Comunidad, de la suya.
Desayuno bien, tomo un café fuerte, un café para hombres, bien cargado y me adhiero al pecho y espalda el material correspondiente que hará realidad el, hoy por hoy, mi deseo más importante, de suerte que cuando salgo peso cinco quilos más por…, por llevar uno de los explosivos más potentes que un hombre con los conocimientos suficientes puede elaborar en su propia casa. Pienso, con rotundidad, que  el escaso esfuerzo y la pérdida irrepetible valdrá grandemente la pena.
Entraré en el edificio gubernamental como ayudante de un amigo periodista (no lo es, él cree serlo), que como la mayoría de los de su diario, es irrelevante que sea de derechas o de izquierdas, es una mala persona y no sabe  de lo que habla o escribe, uno de esos trastos que mancillan el buen nombre de los demás y a los que los nudillos podrían poner rápidamente por el camino derecho, como otros muchos perfiles que predominan en este país echado a perder. Pero ya se conocen las leyes de una democracia, por lo demás débil y capciosa como la vuestra.
Media hora antes del evento tomamos otro café en un bar que se encuentra en la misma plaza que la alta construcción y le hablo de fútbol, de la ridícula derrota del Valencia frente al Español, de que acabaré pasando del futbol. El asiente y reniega como lo que es, un perro, además fanático no solo del juego.
Cuando salimos hay mucha gente y nos ponemos en la sección de prensa, al fin podemos entrar y la ubicación es perfecta. Estamos en medio del mogollón, cuando pulse el botón todo esto saltará por el aire. Lo hago, apenas me entero antes de irme a ver a la chata y supongo que mi cuerpo se atomizará en el aire contaminado de la ciudad. Dejé escrito que no se oficiara ningún oficio religioso, que de quedar algo se me quemase y tirasen mis restos en un albañal. Pero esa es una cuestión improbable.

2

Ese día, contraviniendo la costumbre de treinta años, me levanto a las ocho de la mañana, hora a la que antes me acostaba. Maldigo al mundo y al hombre, a lo sacro y a lo profano y a cuanto puedan imaginar. Es el nueve de Octubre, fecha principal de la Comunidad, de la suya.
Desayuno bien, tomo un café fuerte, un café para hombres, bien cargado y me adhiero al pecho y espalda el material correspondiente que hará realidad el, hoy por hoy, mi deseo más importante, de suerte que cuando salgo peso cinco quilos más debido a que acarreo…, bien uno de los explosivos más potentes que hay en el mercado. Pienso, con rotundidad, que mi autoinmolación valdrá grandemente la pena.
Entraré en el edificio gubernamental como ayudante de un amigo periodista (no lo es, él cree serlo), que como la mayoría de los de su diario, es irrelevante que sea de derechas o de izquierdas, es un mal nacido y no sabe de lo que habla o escribe, uno de esos perros que mancillan el buen nombre de los demás y a los que los nudillos podrían poner rápidamente por el camino derecho, como otros muchos perfiles que predominan en este país echado a perder. Pero ya se conocen las leyes de una democracia, por lo demás débil y capciosa como la suya.
Media hora antes del evento tomamos otro café en un bar que se encuentra en la misma plaza que la alta construcción y le hablo de fútbol, de la ridícula derrota del Valencia frente al Español, de que acabaré pasando del dichoso deporte. El asiente y reniega como lo que es, un engendro, además fanático no solo del juego.
Al entrar, unos policías notan algo sospechoso y rápidamente me detienen y tengo que pasarme muchos años en la trena.

3

Ese día, contraviniendo la costumbre de treinta años, me levanto a las ocho de la mañana, hora a la que antes me acostaba. Salgo a la calle entre blasfemias y palabras fuertes; los pocos viandantes se apartan raudos de mí alarmados. Es el nueve de Octubre, fecha principal de la Comunidad, de la suya.
Desayuno bien, tomo un café fuerte, un restretto como dicen los italianos, un curt i fort, corto y fuerte), los valencianos (aunque se supone que el café corto es indefectiblemente fuerte), sí,  bien cargado y me adhiero al pecho y espalda el material correspondiente que hará realidad el, hoy por hoy, deseo más importante que albergo, de suerte que cuando salgo peso cinco quilos más de lo habitual, a causa de…, bien, del lastre de  uno de los explosivos más potentes que uno puede fabricar en casa con los conocimientos adecuados. Pienso, con rotundidad, que el sacrificio valdrá grandemente la pena.
Entraré en el edificio gubernamental como ayudante de un amigo periodista (no lo es, él cree serlo), que como la mayoría de los de su diario, es irrelevante que sea de derechas o de izquierdas, es un hijo de mala madre y no sabe de lo que habla o escribe, uno de esos pendejos que mancillan el buen nombre de los demás y a los que los nudillos podrían poner rápidamente por el camino derecho, como otros muchos perfiles que predominan en este país echado a perder. Pero ya se conocen las leyes de una democracia, por lo demás débil y capciosa como la suya.
Media hora antes del evento tomamos otro café en un bar que se encuentra en la misma plaza que la alta construcción y le hablo de fútbol, de la ridícula derrota del Valencia frente al Español, de que acabaré pasando de todos los deportes. Él asiente y reniega como lo que es, un cerdo, además fanático no sólo del juego.
Un policía nota algo sospechoso y se nos acerca, quizás que mi corpachón no rima con mis piernas de alambre. Le amenazo con hacer estallar una bomba, pero el tipo, quizás por ser novato o demasiado valiente, me descerraja todo el cargador y quedo convertido en un hombre lleno de agujeros.

Independientemente de las reiteraciones anteriores, también podría ser que el día referido saliese a la calle y me cayese un ladrillo en la cabeza, dejándome tieso… O que todo esto no sea verdad, o que lo esté pensando meramente en un duermevela antes de dormir profundo y que, quizás, otro lo haga todo en un lugar distinto, o al lado de mi casa o en un planeta desconocido. Qué sé… Puede ser.
Cualquiera de estos finales y variaciones podría ser válido, o unos cuantos más; sea el que sea, mañana se determinará.
Mientras tanto sigo con la cena.
No voy a decir si lo que he escrito es el final probable o posibles cloendas de este libro o será algo muy desemejante, Se trata, sin duda, de una solución terrible, de una situación muy desafortunada, de una experiencia indeseable e intransferible. Tal vez haya un final parecido, idéntico o completamente desacorde.
En todo caso, al que le interese, tendrá que continuar con este pliego para averiguarlo, para cerciorarse de la materia de la que está hecha tanta truculencia y, en el caso particular, como una vida, la suya, resuelve el conflicto. Está en manos de Cualquiera, otra vez mi querido aunque odioso Qualsevol, el personaje de estos tres libros.  En cierto lugar dice:

“Como un Cristo flotante, me veía a mí mismo y me iba derritiendo bajo la forma de un gran excremento, y de mi disolución (el mundo ya había desaparecido entre una nube inmensa de moscas) nacía un bosque inmenso y frondoso, verdes praderas infinitas, altivas montañas de cumbres nevadas y, ante todo, destellaba la belleza de un valle cerrado, donde proliferaba una vegetación conocida y exuberante, y vivían animales magníficos, y sobre todo ello destacaba un vocerío alacre, las voces de gente que vivía como uno y la vida se merecen, y escuché una a una esas voces de alguien, pero no estaba la suya, ni la tuya, ni la mía.”

Bien lo dijo el argentino universal, que se sentía un Adán out of Paradise. Somos muchos en esa comunidad invisible. Y, sin embargo…

Y, sin embargo, es mucho haber amado,
haber sido feliz, haber tocado
al viviente jardín, siquiera un día.
 
Jorge Luís Borges


Este podría ser el final de la presente novela, pero tal vez no sea así, exactamente así o quizá sea distinto. Sin embargo, el círculo parece cerrarse, pero hay que seguir la curvatura para conocer todo el anillo que, como la vida, es curvo y, aunque parece cerrado, no lo está, porque de él emana lo que casi todos deberían saber… ¿O tal vez no?
En todo caso, si lo que han leído hasta aquí ha sido de su gusto, sigan leyendo. En caso contrario, da lo mismo.
Comenzamos unos, otros se van.



Estarás de acuerdo conmigo en que todo esto es una deposición, ¿no? Si piensas lo contrario es que eres un descerebrado, un hijo de puta o un niño bonito que te pegas la gran vida con el dinero de papá o con el sudor de los que, directa o indirectamente, explotas: entonces, si no puedo ponerte la mano encima (que es lo más probable), espero que te mueras de un cáncer, tras una larga y horrible convalecencia.
Aún un hombre privilegiado como yo y que no posee una sensibilidad especial por los demás, no dejo de observar que hay demasiado sufrimiento donde podrían desarrollarse unas existencias normales, aunque fuera sin pena ni gloria. Cuando muchos se empobrecen, cuando miles y miles mueren sin remisión, es porque otros engordan y alargan con la extenuación de los otros sus vidas infames. ¡Ah, si pudiera disponer de ellos uno a uno, a mi placer!
¿Cómo me llamo? Morgano, don Lanzarote Morgano y en esta ciudad degradada que es Valencia, otrora rica y esperanzada, he llenado muchos contenedores con fiambres de tu calaña.
Búscame y me encontrarás, suelo ir por la zona de Blasco Ibáñez y la Plaza del Cedro, Xuquer y Honduras, aunque también me agrada dejarme caer por los Jardines de Ayora o por el puerto.
La nostalgia me ha dejado, en su lugar se quedó el odio que siempre, como el tigre, anduvo escondido entre los cañaverales los de mi vivir sinuoso y entreverado. Hace unos días que no pienso en los míos, en la casa, en la tierra y en las montañas, en los carboles tan queridos y los animales que fueroj como mis hermanos, que formaron parte de la familia y fueron enterrados en nuestras tierras, como hacen la gente de bien. También ellos tienen alma, vida por si alguno no sabe el más exacto significado del término. Y decir vida es decir mucho. Hay que estudiarlo, como muchas cosas importantes de nuestro caminar en este lado. En el otro, tenrá lugar de modo automático, pero no por defecto. Los hombres sin creencias son inferiores a las bestias (no expreso este vocablo de forma peyorativa, sino en el valor lingüstico y referencial inherente, puesto que tienen todo mi respeto y soy consciente de que somos, en general, peores que las bestias y alimañas más temidas o abominadas). Aún así, siguen mandando naciones y destruyendo este espléndido planeta azúl.
Hasta hace bien poco repetía un sueño, que como todo sueño es expresión de un miedo o de un deseo. Incluso hace pocos años escribí un cuento Olor a Hierba. En él escribía:
La nuestra era una casa alegre, muy grande y antigua. Tenía un hermoso jardín, con un emparrado pletórico de campánulas naranja. Había también un jazminero centenario y geranios y claveles, y muchas rosas que mi madre amaba y cuidaba con esmero. Era tan delicada como una flor, esa delicadeza que a la vida le gusta pisotear. Ella pasaba mucho tiempo en el jardín y yo estaba con ella, trataba de estar a su lado siempre que podía. Tuve una buena infancia y tardé mucho tiempo en perder la inocencia. Ahora huelo a desintegración. 
Sentado frente al ventanal, le echo ganas al día. A mi derecha, en el televisor, un tonto oficial habla de política. Aprieto el botón del mando a distancia, fuera, ya estoy harto. Aquí no importa si llueve o hace sol, pero hay demasiado calor para este tiempo en las calles, se achican los otoños y también los inviernos, antes acerbos. Afuera no se ve a nadie, tampoco se ven pasar coches. La calígine arrastra una tranquilidad que espanta.
Pienso en ellos, en mis amigos, en los años compartidos, en los reparos que siempre quedan. El amor lo hace el trato, no la sangre, no me cabe duda. Si fuera poeta, les dedicaría unos versos, que sí leerían. Por el trajín infatigable de nuestras conversaciones, el lazo de los hábitos compartidos, los lugares comunes. Tengo dudas sobre mis años mejores, que sin duda volaron para siempre. No fueron tan buenos como en ocasiones creo. Queda siempre el olor a hierba (también a tierra), sin embargo.
Yo tenía una casa antigua, hermosísima y vivo en otra, en la capital, la cual tristemente quizás abandone algún día. Antes no había nada de eso. Había más humanidad, una mayor esperanza, más confianza en uno mismo y en el mundo. En esta ciudad (por lo demás un claro reflejo del país), la vida social e intelectual se ha convertido exactamente en lo contrario de lo que siempre he considerado justo. Antes se creía en el trabajo y en la inteligencia, no como ahora, que el pillaje y la demagogia campan como ratas en un vertedero. Hay un verdadero extermino moral e intelectual bajo el manto negro del empobrecimiento galopante, surgido de un mundo de puro mercado, asesino de la inteligencia y de la libertad. La hermosa ciudad en que viví después de dejar un pueblo que se resiste al olvido, se ha convertido en un basurero de impurezas, de brutalidad y de abyección. He pensado mil veces en suicidarme, pero no tengo el valor suficiente. La ciudad es malsana para mí (quizás los que son como yo no estén bien en ninguna parte, pero me resisto a creerlo), desde hace años no he podido sentirme en casa.
Una música suave me llega desde el piso de arriba. Lamento mis pobres conocimientos musicales. También percibo leve la música de otro tiempo y triste miro la calle desierta bajo el mediodía.
Malo, muy malo. Ya no hay viejos bajo el sol.
La luna se harta de contemplar tanto mamoneo, borracheras y puterío.
Este mundo es de pronto un reto insoportable, como reto insoportable es vivir en ciudad de México. Tendremos mucho por platicar más adelante, querido Amador, me dice mi amigo Luís en una carta que dejo abierta sobre la mesa. Algo muy parecido me escribieron mis amigos de Paris y de Dublín. Se quejan del mundo y de su ciudad. Algo hay que hace sonar el cascabel.
Mis amigos y yo formamos un mundo aparte, un grupo de individuos disparejos que, no obstante, mantenemos importantes puntos en común. Formamos como un islote en el magma de esta ciudad que se diluye, de este país que se minimiza. Nos queda, pues, vivir y morir. Mientras tanto hemos conseguido un lugar donde, en alguna medida, ser libres, libres para pensar y para leer.
Por mis amigos el mundo se hace reconocible, pierde su anonimato. Sus caras y su afecto conjuran las sombras de la sinrazón y de la soledad. Gracias a esa sangre extraña que fraterniza conmigo, puedo descifrar ese vocabulario insólito y casi siempre irreconocible. Solamente la amistad y el amor –y la amistad es una especie de amor- puede reconciliarnos con el mundo. También consigue que el camino por las llamas de la vida sea más llevadero.
Esos libros que me rodean, apilados hasta la penumbra alta de las estanterías, me hacen la vida amable. Este sillón orejero es el timón del barco de mi tránsito por el mar amargo de la existencia, sus tripulantes aquellos que he querido y me han amado, casi todos han muerto, como muertos están todos esos escritores cuyas obras sé con exactitud en qué anaquel están de cada una de las bibliotecas de esta casa. Pienso en el Ulises y levanto la vista, ahí está; imagino El malogrado y el lugar donde se encuentra vienes a mí inmediatamente; la Ilíada aguarda donde siempre, cerca, solo tres pasos y alargar la mano, en el cuatro anaquel de la estantería junto a la ventana.  Sobre la mesita donde tengo el tabaco y el mechero, a mi derecha, se apilan, en extraño maridaje, los Cuentos de Poe, el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora y Malditos, la biblioteca olvidada, de Iván Humanes y de alguien a quien conozco bien. Aquí, entre estas cuatro paredes, en el espacio sellado de mi vieja casa, tengo cuanto necesito.
Desde muy joven he sido un hombre contemplativo. Detesto enérgicamente la aventura vital (entiéndase en su sentido más honroso, nada digamos de las banalidades del día a día). Con mis amigos me río y hablo, existe compatibilidad. De vez en cuando salgo de casa para cenar con ellos o tomar unas copas. No es raro verme ensimismado, envuelto en mis cavilaciones. Soy un escuchador, un ecouteur, uno que escucha, habla poco y actúa menos. Ellos, mis amigos, me conocen, me quieren a su manera y me aceptan sin reservas. Si quiero les hablo, si no, pues no, así de simple. Es gente que se distingue, claro está, por su tolerancia y por su inteligencia (no siempre van unidas), aunque en ocasiones suelen parecer a los demás personas antipáticas y reservadas. En este país, desde los poderosos a la plebe, siempre se ha odiado a la diferencia y si es en lo grande, más todavía.
Mis días han sido todo menos monótonos, no me he abandonado al ocio. Hay que mantener permanentemente activas a las neuronas, con una conversación, con un libro, con un mal pensamiento o una fantasía sexual o genocida, con aquello que le excite a uno. Por dicha razón, el mundo no me ha empequeñecido. La realidad existe apenas fuera de mí. Soy el centro de un mundo.
Cuando me despierto cada mañana, sé que vuelvo de la muerte o de algo muy parecido. Amanezco destrozado, muy cansado, pero sin ningún desasosiego; sé que he estado en casa. Solo cuando pongo los pies en la pequeña alfombra que hay junto a cama y después de lavarme la cara en el cuarto de baño, vuelvo un tanto a eso que llaman la vida vigil y, con ello, tomo conciencia una vez más de que estoy en el cementerio.
A las cinco de la tarde salgo a la calle. Tengo una poderosa sensación de extrañamiento, de Jamais vû, ante esta avenida de la que sí recuerdo el nombre. Cada vez me resulta todo más insustancial, más lejano. No me cabe duda, la verdadera patria del hombre es su niñez.
Vagabundeo por el barrio durante más de una hora y se me va yendo la sensación de desconexión, me hago con las cosas, mi cabeza vuelve a estar en su sitio. Me he tomado un café, he paseado hasta Manuel Candela y me he entretenido mirando el abundante escaparate de la joyería, he vuelto atrás, y me he sentado en un banco de la Plaza del Cedro. Hay poca gente, ya se nota el efecto del frío, ese frío extraño del atardecer y de la noche de una tierra que se va desertizando.
Soy Amador, me he dicho, un hombre tranquilo, muy tranquilo, con los nervios muy templados. He vivido mucho y también he pensado mucho; sobre todo he vivido porque he pensado. He tenido, desde joven, muchas ensoñaciones. Siempre recuerdo lo que he soñado. Ahora sueño sobre todo con mi antigua casa y con mi madre. Ambas han desaparecido. Pese a que el mal mundo se corrompe y hiede a mi alrededor, he conseguido mantener la calma. Pienso que también soy un buen hombre. Siempre he tenido energía para encarar la vida, pero ahora me siento débil y cansado.
-Un número solo implica intelección, nunca emocionalidad ni suerte –dice una voz cerca de mí.
Son dos jóvenes que acaban de sentarse en el banco de al lado. Ese podría ser el inicio de una conversación interesante si les conociera de algo, pero tampoco tengo ganas de hablar.
-Cuanto más humano te haces, más te apartas del montaje social, de toda la miseria cotidiana, y, por lo tanto, de los demás –dice el otro.
Bien, bien. Les miro, veintipocos, aspecto algo desaliñado, estudiantes seguramente. No serán felices, pero siempre podrán recurrir a la imaginación.
Vamos a ninguna parte, no hay futuro. ¿Qué espera la gente? ¿Dónde está el progreso? ¿Dónde se esconde la paz? Desde luego no detrás de un tanga o del ron con cola. Pese a las palabras manipuladoras de los prestidigitadores de los medios de información, el mundo se muere y el hombre se extingue. Ellos están apurando la copa sin pensar en los demás. Pronto no quedará nada. Pan y circo ahora, y después nada. Algo se agita en el nido de la serpiente. Ya lo dijo Shelley: no despiertes a la serpiente, a menos que sepas qué camino seguir.
Menos mal que acaban de llegar Martín y Pelayo y, como no les apetece sentarse y yo ya estoy cansado de estar aquí, nos vamos a dar una vuelta.
Valencia, como la mayoría de las ciudades y pueblos del país, es un burdel, una ciudad emputecida. Pocos años atrás, uno podía encontrarse con gente que hablaba sin mascullar, que poseía un vocabulario de más de cuatrocientas palabras, personas que mostraban maneras y corrección, y también e inevitablemente con más de un tipo lamido y frailuno. Pero la ciudad, el país casi, se ha ido convirtiendo en una excreta repugnante, en un lugar vacío de personas y de principios. No hay más que consumo, esa forma horrible de dilapidar el tiempo. Comer, beber y joder, quien puede, parece ser el tríptico deseado por la mayoría. Antes existía el áspero comercio prostibulario del puerto, con sus garitos oscuros y malolientes y también las putillas finas de la burguesa calle de La paz. Las putas gloriosas quedaban para los ricos. Ahora, con abrir el periódico, uno dispone de pisos de estudiantes jovencísimas, de casadas cachondas, de tías exóticas y mil variaciones más al gusto. Jovenzuelos, casi niños, se echan mano en las calles y se atiborran de cocaína. Pese a las mentiras oficiales, el SIDA medra y devasta.
    Aquella noche acabamos tomando unos tragos en el barucho de la esquina, un cubículo sucio y malsano, donde a altas horas de la noche, e incluso en la amanecida, una fauna infecta y variopinta descuelga su dudosa humanidad sobre el pringoso mármol para arrancar un tiempo más, una huída más, a la noche temulenta y malograda: un grupo de gitanillas batía palmas al son de El arrebato, un jerarca calé regañaba a una joven, su amante posiblemente, que lucía un ojo a la funerala; tres compatriotas con apariencia bastante normal se apiñaban junto a la barra, aparentemente sin pena ni gloria, y una jovencilla, rubia y de buen ver, se restregaba en una mesa con tres marroquíes. Normalmente la gente va a la suya, toman sin cesar, nadie se mete con nadie.
    Antes habíamos cenado en un restaurante cercano con dos chicas a las cuales Pelayo conoció la semana anterior, no sé dónde ni cómo o no me he enterado. Apenas cruzamos tres palabras francas y ya nos piden guerra. Martín, tan conservador como arrogante, no respondió, sin levantar los ojos de su entrecot con roquefort y Pelayo, con sorna, dijo que tan rápido resultaba cutre, que esperar una semana más añadiría un poco de “estética” al polvo. Creo que, en vez de “estética” dijo “romanticismo”, pero no lo podría asegurar. Ellas enmudecieron y apenas desplegaron los labios en lo que quedó de cena. Después desaparecieron apresuradamente. Ya no las volveríamos a ver, lo cual agradecimos. Después hemos alargado la sobremesa. Chupo como un cosaco.
No bebas tanto, me regaña Pelayo.
Había mucha gente cenando en el local, muy jóvenes la mayoría, muy colocados o borrachos. Gastaban su juventud, como una época dorada que hay que agotar, no como el proscenio de la adultez, como antes, cuando la gente trabajaba o estudiaba para formarse un futuro. Ahora simplemente no hay futuro. Muchos de ellos se pudrirán en el muladar de la droga y de la neurosis.
Después de cenar, siguiendo un rito pegajoso y consuetudinario, entramos en aquel bar. Ya íbamos por el cuarto cubata. Una tía grande, potente, tetuda, le arrimó a Martín los argumentos y la rubia bonita de los moros se me pegó disimuladamente, restregándose de manera inequívoca en tres ocasiones. Me hago el loco.
    Como el otro viernes, decidimos terminar la jornada en una discoteca, una cualquiera, del barrio, a cuatro pasos de donde estamos, un lugar impersonal, casi tenebroso, agobiante, donde una pléyade de buscones y cerdas se afanan como enjambre alcoholizado y acéfalo a la captura del alma gemela y zombi con la cual acoplar el destino hediondo de una nocturnidad venusiana e infame.
Acodado en la barra, envuelto por una música inconexa y estúpida, como salida de una jaula de grillos histéricos, me dejo llevar por imágenes que me parasitan la cabeza. A veces me veo como un antropólogo sideral estudiando in situ el comportamiento de una tribu de alienígenas dementes, o bien el artífice de una matanza, con una mágnum en cada mano, vaciando cargadores inagotables sobre la masa danzarina y gris. Vuelvo a la realidad y doy otro sorbo al escocés con cola. A Pelayo no se le ve, estará meando o dándose una vuelta por la sala, a la búsqueda de algún espécimen con el que saciar, al menos, el mirar calenturiento.
Entonces, una muchachita casi puberal se me acerca contoneándose y con voz atiplada me dice si quiero follar.
-No, es que soy musulmán. No como cerdo.
Creo que me ha entendido, porque ipso facto se aleja y acaba confundiéndose con la turba de bailarines, agitando la rubia y larga cabellera, moviendo como electrificada el cuerpo insinuante y adolescente. 
Me siento aliviado. A esas horas de la noche no me apetece eso y, además, por múltiples razones, no debo.
-Menos mal –me dice divertido Martín que lo ha oído todo-, igual se te hubiera caído la polla a trozos. 
Y estuvo un buen rato riéndose.
Después he estado pensando en una hipótesis de cosecha propia que me ronda la cabeza desde hace unas semanas. Se relaciona con la dudosa realidad del tan sobrevalorado amor, eso que en estos días (como el mal o el destino) parece diluirse en el albañal nacional. En más de una ocasión he pensado que una buena solución sería crear un Ministerio del Sexo. No es ningún disparate. Mediante una buena regulación, profesionales capacitados de ambos sexos se encargarían de satisfacer los deseos de los jóvenes que descubren su sexualidad. Así no se acumularían tensiones innecesarias y siempre castrantes, no habría represión. Solamente por este camino podríamos valorar en qué medida a los seres humanos nos interesa vivir en pareja, hasta que punto esa unción convencional es necesaria. Puede que ni siquiera nos enamorásemos, no sé. Tal vez solamente nos juntásemos para reproducirnos, bajo un adecuado apoyo y control social, quedando claro que como humanos no nos interesamos demasiado los unos a los otros, no más posiblemente que lo que me pueda concernir ese vecino desconocido, hasta que no lo conozca como persona. Evidentemente debería existir un gran diseño social para conseguir semejante objetivo, magníficos recursos de todo tipo, pero que personalmente desconozco, porque no me corresponde, pero sí hay o formaríamos expertos en diseño de culturas que podrían operativizar los pasos para conseguir dichos objetivos. Creo que acabaríamos, de una vez por todas, con esa tumba horrible que es el matrimonio.
Sí, se dirá que es una locura, pero yo prefiero hablar de utopía, ese tipo de utopía realizable si se dan las condiciones para que sea posible y hasta que algo semejante tenga lugar, nada se puede objetar en su contra. Sería un proceso con unos pasos previos bien diseñados, pero si no comenzamos a realizar algo parecido, continuaremos viviendo con una gran mentira, mal lo tendremos con eso que denominamos con la hermosa palabra (una de las más hermosas probablemente) amor.
De todas formas, pese a mis tres cohabitaciones, me cuidé de pisar el juzgado o la vicaría. Después de un tiempo, dicho sentimiento dudoso se esfuma, en la misma medida que disminuye la testosterona y aumentan las discusiones.
Al final de esta noche disparatada, en la amanecida, llego a casa menos cocido de lo esperable, pero muy abúlico, como pocas veces he estado antes. Me siento un tanto nervioso, cosa rara en mí. De súbito, el piso vacila, todo me da vueltas y experimento una fuerte oleada de calor y después, como si algo se rompiera en mis adentros, el mundo se apaga.
Ante esas imágenes heterogéneas que caóticamente se agolparon en mi cabeza, hace unos minutos, creo, me negué a admitir que estaba soñando. Solamente acepté esa posibilidad cuando, de manera extraña, las imágenes se unieron con un significado, que no siempre era lógico. Después, recordé retazos dispersos de mi vida, y tuve mayor certidumbre. Sin embargo, me resultaba insólita aquella forma de conciencia, demasiado real para ser un sueño. Sé que los sueños vívidos existen y que algunos son soñados sin emoción, pero esta extraña lasitud, una suerte de paz definitiva, casi absoluta, me desconcierta.
    Hay algo más fuera de mí y de las imágenes, de la cúpula de las ensoñaciones, algo que presumo apenas y que soy incapaz de definir: sonidos monocordes, una voz desconocida, olores desacostumbrados.
    Ahora veo una botella de vino blanco enfriándose en una cubitera, en el extremo de una mesa. Oigo voces, risas, el clamor inconfundible de una fiesta. No las percibo claramente, pero sé que hay varias personas reunidas, que comen y beben con gran placer, mientras se cruzan palabras amables y jocundas.
    El bullicio va en aumento, y alguien pone su mano en un brazo, toca un cuerpo que soy yo. Es Pelayo, le conozco, es mi amigo, y me dice malhumorado que me modere. Estoy bebiendo demasiado.
    Después, otro amigo, Martín, me dice (oigo perfectamente su voz y veo la melancolía de sus ojos):
    -Ya no tengo ilusiones. He vivido una vida, en la que no he hecho nada bueno, nada importante. Solamente quemé el tiempo que tuve. Para éste he sido tan solo una rémora.
    Entonces pensé que yo también era una rémora del tiempo, que meramente fui pegado a él. No había en ello ni luz ni color, nada interesante, un ser anodino gastando sin enjundia los años de su existencia. Esta conclusión no me hizo sufrir, porque sabía que era la regla general del hombre.
    Pienso entonces en lo que dijo un físico moderno: que el tiempo no pasa, es… Lo que sucede es que nosotros nos morimos, miríadas de decesos sobre ese telón de fondo que es el tiempo, que será percibido erróneamente como ligado a la vida en generaciones sucesivas.
    Ahora entreveo formas diferentes, que circuyen las imágenes. No adivino qué es lo real: un ser vestido de blanco y algo grande que cubren con una sábana, y que después sacan fuera. Cuando la puerta se abre oigo que alguien llora.
    Pelayo me está hablando otra vez, pero la conversación se ha sincopado. Tengo el recuerdo de una gran desazón, de un vahído, de que algo en mí se rompió definitivamente.
    En mi interior algo cesa, algo mengua, como el sonido agudo que percibo cerca, que va disminuyendo lenta pero indefectiblemente. Estoy en el proscenio de algo definitivo y no tengo miedo, por lo menos dejo de tenerlo pronto, apenas aspiro el olor a la hierba de mi tierra. A yerba y a tierra, el olor de los buenos días y de mi infancia.
    Ahora me siento estupendamente. Creo que estoy viviendo el momento más feliz de mi vida: veo a mi madre que viene hacia mí sonriendo, caminando lentamente por esa hermosa campiña, en la cual destaca un gran castillo y, detrás, en el límite del horizonte, columbro la bruma difusa de montes azulados.
Estoy seguro de que los volveré a ver y el encuentro será el que tiene que ser, pese al desenlace final de mi transcurrir por este terruño inhóspito. En lo alto estas cosas no tienen importancia. Lo mismo sucede en otos muchos asuntos que los hombres vigilan, controlan, cambian o gobiernan a su modo: la familia, la propiedad privada, el estado; el sexo, sobre todo el sexo (objetivo unánime  del poder, junto con el dinero) y hay un refrán en valenciano que reza. “Dels pecats del piu, Deu s’en riu”, es decir, de los pecados de la polla, Dios se ríe. Obvio.


0 Comments:

Post a Comment



Salvador Alario Bataller

Lugar:
Avda, Blasco Ibáñez, nº.126, 6º, 28ª Valencia 46022 Spain

Teléfono:
963724197

E-mail:
alario7@msn.com

Enviar un mensaje a este usuario.
OBRA PUBLICADA A)CIENTÍFICA: 8 libros de Psicoterapia y Sexología (editorial Promolibro, valencia). 36 artículos especializados en diversas revistas (redactor de Cuadernos de Medicina Psicosomática y Psiquiatría de Enlace, www.editorialmedica.com, y los artículos y otros textos se relacionan en la web). B)NARRATIVA: “La conciencia de la bestia”, edición privada, finalista (de los 15 finalistas) del Premio Planeta de Novela de 1997. “La ciudad desvanecida”, relato seleccionado por concurso de la revista Escribir y Publicar en su editorial Grafein Ediciones, Colección Escritura Creativa, integrante del volumen de cuentos ASI ESCRIBO MI CIUDAD (2001). “Descensus ad Inferos”, lo mismo que antes, pero este cuento pertenece al libro de cuentos “32 MANERAS DE ESCRIBIR UN VIAJE” , Grafein Ediciones (2002). “Maltidos. La Biblioteca olvidada”, Iván Humanes Bespín y Salvador Alario Bataller, Grafein Ediciones, Barcelona, (2.006). "101 coños, Ilustraciones y breves" (2008), Carlos Maza Serneguet, Salvador Alario Bataller e Iván Humanes Bespín. Ilustraciones de Vanesa Domingo Montón, Grafein Ediciones, Barcelona. "Antología Iberoamericana de MIcrorelatos" (2008),coautor, Ediciones Lord Byron, Madrid (en prensa) La acre lácrima (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Un estudio crítico del Necronomicón Apócrifo (2006), ensayo, en http://www.lulu.com/alario7 Las aventuras carpatianas del profesor Exhorbitus (2006), novela, autoedición, en http://www.lulu.com/alario7 Astrum Argentum . La vara del mago (biografía novelada de Aleister Crowley) (2006), novela, en www.lulu.com, en http://www.lulu.com/alario7 El murciélago monstruoso (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Nunca volví de cuba (2007), novela, en www.lulu.com, http://www.lulu.com/alario7 Cuentos en www.narrativas.com: Espejos (2007), Los pequeños (2007). La angustia última (2008). Lo que trajo la noche (2008). OBRA INÉDITA: Las nocturnidades de don Arturo del Grial, (2002), novela. Los ojos del moro (2003), novela. El doctor amor y las mujeres (2006), novela. La trama sináptica (2007), novela. Historias de amor, muerte y trascendencia (2007), novelas (dos novelas breves relacionadas). Los estados intestinales (2007), novela. Cuando cazaba pelos (2008), novela breve Cuentos completos (1999-2008) Blogs: http://clinica-psicomedica.iespana.es http://alario1.blogspot.com http://undostrescuentos.blogspot.com http://undostrescuentos2.blogspot.com http://elloboylaluna.blogspot.com http://lasnocturnidades.blogspot.com http://nohaymentesincerebro.blogspot.com
 

©2009 El lobo y la luna | Template Blue by TNB