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AMADOS HIJOS
Esta es una historia real,
acontecida en este siglo veintiuno que se despliega ante nuestro estupor con
los peores presagios y las más horripilantes consecuencias.
Después de un matrimonio en el
que reembarcó por la presión de su madre, m
i amigo Octavio tuvo cuatro hijos, dos niños y dos
niñas, y los tuvo, me
ratifico, porque ella quería (él no o no tan pronto, porque la familia tenía
buen pasar y porque llevaba medio pedo
en el sufrido intercurso).
Era un hombre culto y cabal, y
pese a sus esfuerzos por hacer de sus vástagos personas cultas y, sobre todo,
de bien, uno le salió borrachín, el otro farlopero, ninis ambos, y las otras
Punki la morena y Skin la rubia y andaban a tortazo limpio día y noche, también
amantes superlativos de la cerveza de lunes a lunes y del dolche far niente. Octavio maldecía cada día la globalización, el
capitalismo salvaje, el siglo tocante y muchas cosas leprosas que no me
molestaré en detallar, dado que cualquier paisano con más de dos neuronas puede
adivinar con facilidad.
No hicieron nada en la
universidad y siguieron perreando de mil maneras y él, aunque les prometió en
un principio que a esos haraganes no les faltaría en su casa un trozo de pan y
una cama, acabó yéndose de este albañal y ahora vive en paz en un país más
digno.
Buen hombre mi amigo Octavio,
pese a amenazarlos alguna vez con soltarles dos tortazos o mejor agarrar el
vergajo o entregárselos al mendigo. Como en muchos casos, los políticos y
banqueros lograron que los buenos abandonaran el país y se quedase la morrala,
que abunda y apesta.
Yo, aun siendo ácrata-trotskista
(bien puedo serlo, ya que la fortuna más grande del mundo afirma ser
comunista), en su caso temo lo que hubiese llegado a hacer.
Ah, rediez, me olvidaba del
mejor, de Jonasín, del benjamín, angelico. Ya de muy pequeño era bello como un
querubín y apuntaba luces, pero a los diez años un mal viento lo llevó a pasar
los restos intramuros frenopáticos. Desde entonces, ya con los casi treinta a
cuestas, se almagra ora peinando muñecas ora cazando grillos dorados en sus
nebulosa imaginación. No sé si en condiciones normales hubiese llegado a ser
algo, pero el malogro lo aherrojó de la manera más funesta y me temo que de por
vida. Bendito sea.
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Salvador Alario Bataller
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